sábado, 16 de febrero de 2013

Muñoz del Campo y yo.

"Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel".

Quiero usar ese fragmento de un relato de dos paginas de Borges para contarles de la misma manera, que yo no les debo más nada a nadie, ni a Gerardo Muñoz del Campo, persona tan diferente a mí como lo puede ser cualquier otro. Querría poder relatar uno por uno los puntos que me quedaban pendientes, los económicos, los ociosos, los literarios, los románticos y explicar todas las molestias que me he tomado para ir cerrándolos y así poder no-huir, sino irme en buenos términos  Lamentablemente no puedo, pues cuando ya no siento el peso de esa horrible montaña, que son las deudas, viene rememorándose esa cosa que vengo y vengo arrastrando. Es cierto, son varias las cosas que uno deja inconclusas. Es cierto, no estamos hechos para irnos con las manos vacías, debemos irnos con deudas que nos obliguen a regresar. Cortazar dice que cada libro es uno menos a esa meta que en realidad nunca se llega, pues se muere antes. Esa es nuestra seguridad de que, en años mas o años menos, volveremos a pagar y generar deudas.
Sí, es cierto, pero uno tiene algunas metas que se pone, algunas deudas que se dice, estas sí las debo pagar en esta vida. Y yo me puse varias. Y hace poco creí  haberlas pagado a todas. Pero me confundí.
Es cierto, las deudas son puras ilusiones, esa montaña solo existe porque nosotros pensamos que existe. Nuestros padres se rompen el cuello para darnos un bienestar económico que creen necesario y nos descuidan sentimentalmente y nosotros, luego de poder ver que el dinero no nos dio ninguna felicidad, volvemos a cometer el mismo error con nuestros hijos, convencidos de que esa es la clave. Hay algo curioso (hay muchas cosas curiosas en realidad, por algo tengo mi modesto nivel de fantasía dentro) en nuestra mente, en la humanidad. Es cierto, Gerardo morirá sin haberse sentido cómodo o familiarizado con los hombres y mujeres de estos tiempos. También es cierto que ni Gerardo ni yo somos personas realmente extraordinarias, más aún, tenemos un grado considerable de predictibilidad. No así, nos hemos visto en varias oportunidades criticando o maravillándonos con las actitudes humanas que incluso formaban parte de nuestra personalidad. No importa si nos resulta ajeno, cómico, o fantástico la creación tan innecesaria del concepto de deudas, ellas están y nos pesan. Yo creí que ya había terminado con ellas, pero aún siguen, por lo menos una.
Una lastima, usaremos esa hermosa frase para despedirnos en otra ocasión  cuando considere yo que mis deudas con ustedes, incluyéndolo a Gerardo, están saldadas. Por lo menos por esta vida.

domingo, 3 de febrero de 2013

Vale, me apunto.

Los que se llevan las playeras a Aereoparque y miran los aviones,
los que comen choclo en la playa,
los que se clavan una sandia con vino y van a la pileta,
los que bailan hasta que volvemos al Sol.

Es imposible imaginarselo,
con tanta gente aca elevando misterios,
todos estos años de esa gente
y de mi.

Sí, sigo.

viernes, 1 de febrero de 2013

Inspirado en una historia real.

No existen historias reales, ninguna. Solo es instante es real, todo lo demás, el recuerdo inmediato, la narración posterior de los hechos, incluso la fotografía del paisaje, es ficción  Todo se hace fantasía cuando se filtra por los agujeros diminutos que hay en el centro de mis ojos y todo sale fantástico cuando lo expulso de cualquier manera. Sabiendo eso, te podrás despegar un poco del intento de contar la verdad sobre vos y tus actos, dado que jamás dirás la verdad. Posiblemente no lo aceptes y estés en contra de la gente como yo, que, constantemente, cuenta historias diferentes sobre su pasado, las retuerce, las modifica a su gusto y conveniencia y las libera con la mayor cantidad de detalles posibles, haciendo imposible al receptor tratar de descubrir cual de todas las rutas que he dicho tomar, me han traído hasta este lugar...

Hoy mismo, primero de Febrero de dos-mil-trece, me subí a mi moto (a la que llamaremos Dulce Tres Nocturno por su patente DTN), y me puse a pasear por la ciudad, quizás para festejar el final de Olavarria por estos días  Crucé las calles, las avenidas y las plazas, llenas de calor y de ese aire que me es tan distante.  Miraba a las parejas caminando como lo vengo haciendo desde hace rato, volteaba rápido la mirada para ojear la cola de alguna que otra chica mientras cantaba Dos dias en la vida de Fito Paez. No pasaba mucho más, cuando de repente se me dio por ir a un lugar al que evitó ir tanto como siento ganas de pasar a ver, a buscar un auto, una camioneta, algo que me dé señales de vida. Me costo, pero fui y no encontré nada.
Nadie sabe qué fue lo que le decía a Forest Gump para que siguiera corriendo, para que llegara un poco y un poco más en su ruta, tampoco sé qué (ni quién) me dijo a mí que siguiera avanzando, pero lo hice, me fui más lejos aún, agarre la avenida Avellaneda y solo acelere. No sabía qué era lo que quería alcanzar o de lo qué me quería alejar, solo aceleraba, cruzaba autos, motos, bicicletas, semáforos, hasta la rotonda que tiene un origami gigante con forma de vaca, y ahí me detuve.
Hay en las películas varias escenas de gente que llega al limite de sus pasos, el mio se notaba claramente porque en ese punto el asfalto terminaba y comenzaba el camino de tierra. La duda duro unos instantes, pero no valdría la pena contarles una historia de cómo hice algunos kilómetros y me volví a casa, así que es obvio decir que seguí avanzando. Creo que avancé demasiado, porque en un instante estaba en Rocha, manejando la moto china del alemán  tratando de no caerme con todos los pozos, el barro y los charcos que dejaba la lluvia de la semana. Yo estaba ahí  la ruta estaba ahí  el viejo y su señora, las vacas, todos me miraban sonriendo, pues había vuelto, a escuchar sus historias, a entender su lenguaje y a recibir sus obsequios. Las lechuzas giraban la cabeza para preguntarme qué me había pasado que me había ausentado tanto. Las cotorras volaban haciendo dibujos en el cielo. Incluso las serpientes que cruzaban el camino con algún roedor en su boca frenaban emocionadas al verme. Creo que avancé demasiado, porque en un instante estaba en un miércoles diecisiete de Agosto de dos-mil-diez, con una copia de Natalia de Pablo Azocar, una lagrima de silicona, un papel y una lapicera Bic azul. Y a cada roca le pedía permiso antes de pasar por arriba de ella, y a cada yuyo le devolvía el gesto de agachar la cabeza para saludar. Creo que avancé demasiado, pues de nuevo estaba en mi camino, en este día  en esa hora, abismado por una enorme mariposa negra que brotaba de mi pecho y se extinguía en el aire, dejándome totalmente vacío  para que solo quede espacio a lo que importa.
Me gustaría poder continuar esta historia, pero no la sé. Me gustaría poder decirles que el chico recuperó a su amor y fue feliz de una buena vez, pero sería mentira. También lo sería decirles que no lo consiguió ¿El mañana? El mañana es esa caja verde donde tengo algunos discos, pero nunca se cuales están ahí. El mañana es asombroso, pero no es tiempo de preocuparse por eso, quizás mañana lo sea.