lunes, 24 de junio de 2013

Mi esposa.

Mi esposa se llama Daiana, o Belén, o Berenice, o Débora.
No sé, ninguno de esos nombres me llaman. Me gusta Sofía, o Julieta, o Florencia. Me gustan los nombres que empiezan con la letra que me gusta dibujar. La S, la J o la F, por ejemplo, son letras lindas de dibujar. Podría escribir su nombre en todo el banco, en mi cuadernillo, incluso en mi libreta de cuentos. Podría escribirlo en la ventana de mi habitación, o en la ventanilla del tren rumbo a Constitución. Pero no. Mi esposa se llama Daiana o Belén.
He estado con una Berenice una vez, en serio, pero no fue nada agradable. No me molesta decirlo porque ella no entra nunca a mi blog, de hecho no creo que nadie lo haga, puesto que está de vacaciones, nada de lo que pongo tiene valor, si acaso lo que no pongo lo tiene.
"¿Por qué tu esposa se llama así, Gerardo?", te estarás preguntando. Es simple y complicado. Simple porque su respuesta es fácil de presentar, mi papá se llama Flavio, mi mamá Eugenia y mis hermanas Casandra y Abril. Son F, E, C, A y conmigo G. Es decir, son fa, mi, do, la y conmigo sol. En mi vida, me faltan dos notas más, re y si, es decir D y B. Complicado es, porque nunca me enamoré de ninguna chica con esas iniciales (una vez lo hice con una cuyo segundo nombre era Betania y su apellido Boato, pero no cuenta, debe ser el nombre de pila). Peor aún, ni siquiera de las chicas a las que veo o charlo existe siquiera alguna llamada Daniela o Beatriz.
Eso demuestra lo lejos que estoy de encontrar a la chica indicada en mi vida, si llegase a encontrarla. Porque claro, la gente lo niega, piensa que el final de cada uno es encontrar al amor de su vida. Ojo, no me malinterpreten, porque yo creo que para cada persona existe alguien ideal, pero no creo que todos estén destinados a encontrarlo. Creo que cada uno de nosotros conoce a algún familiar o a algún pariente de algún amigo o por lo menos un vecino de por ahí que anda solo, desde hace años, que posiblemente morirá solo o que ya lo hizo. Entonces les pregunto ¿Qué les hace pensar que yo no puedo tener el mismo destino?
Mi esposa no existe todavía y posiblemente nunca lo haga. Porque se tendría que llamar Daiana, o Belén, o Daniela, o Berenice, o Debora o Beatriz. Y a mi me gustan las Soledad, las Julia, las Fiorella.

jueves, 13 de junio de 2013

Vamos de nuevo

Imaginate este mundo
Dos personas y un problema
Que aún no han conseguido encontrarse
Imaginate este escenario
10 millones de personas
Y la necesidad de que todo se dé
Para que estos dos chicos se encuentren
En un boliche, en un café o en un poema

¿Acaso no te cansa ser tomada como una idiota?
Las personas se sienten intimidadas
Por eso te tratan como una nena boba

Imaginate que te cansás de ellos
Y me ves a mí
Que te vengo admirando desde hace años
Que entre 10 millones de personas
Me ves a mí
Que te escribo en secreto
Con fiebre y con dolor de cabeza

¿Acaso tendría alguna oportindad?

sábado, 8 de junio de 2013

6220

Me gusta jugar con los números.
¿Se dice numerología?
Qué sé yo.
Ya no debés entrar a estos pagos.
Ni yo lo hago.
Escribo dos giladas y ni las reviso.
27
Eso da la suma de los números de nuestra fecha de nacimiento.
Del tuyo y del mío.
Sí, re obsesivo.
Pasa que estoy con un parcial hace una semana y no lo quiero encarar.
Y lo entrego el lunes.
Es sobre una película.
En realidad son muchas consignas.
Dos son sobre una película.
De David Lynch.
Tipo groso, deberías mirarte alguna de sus películas.
Son más simples que Bergman o Antonioni.
Pero es del palo.
O casi.
En fin, Una historia ordinaria.
Muy linda.
Yo haría eso.

martes, 4 de junio de 2013

Cuentos universitarios I (esos que no sirven para nada)

Sé que dije que no iba a subir cuentos, pero como estos no van a ir a ningún lado, solo fueron los que tuve que hacer en una materia de la facu, los deposito aqui. Un beso.

Los primeros tres son la misma historia (una de mierda ya que estamos) con distintas herramientas.


Nadie lo va a decir, o nadie lo sabe, que básicamente nos lleva a lo mismo. De todos modos es una verdad, Clara cumple 40 hoy y no tiene pensado decirlo en la oficina para evitar alboroto. Hace unos días que a Marta (que también acaba de ingresar en la empresa) le hicieron el festejo por los 38 y ya los hombres ni se le acercan. Pero Clara es cautelosa, hace dos años que ha vuelto al juego oficialmente (pues claro, desde que tu marido muere por un puñal en la espalda, hasta que saboreas la noticia, das algunas arcadas, la digerís y retomás de nuevo tu búsqueda, lleva tiempo, che), y ha evitado de todas las maneras posibles dar su fecha de nacimiento.
-¡Mi amor, ya llegué! –dice Clara, mientras tira el saco de manera victoriosa, pues el día pasó sin penas- ¿Dónde estás? ¡Ey, Ana! ¡No! ¿Hola? ¡Te dije que no quería ninguna fiesta sorpresa!
Y no la hay. En esa casa no solo se ausentan la torta, los globos y los invitados, también se ausenta Ana, su hija. Clara se desempaña los ojos con la manga de la camisa. “Lo que solemos negar es lo que más anhelamos”, piensa mientras busca en la alacena un paquete de arroz para cocinarse algo.
-¡Sorpresa!
Clara tira arroz a lo recién casados del susto que acaba de recibir por el grito que le llega nuca. Atrás, Ana, con esa sonrisa cómplice de “qué-haríamos-la-una-sin-la-otra” y una torta, que tiene la amabilidad de cargar con solo 4 velitas de colores. Clara sonríe, llorisquea y abraza a su hija, mientras esta trata de colocar la torta en la mesa.
-Qué rica te salió, mi vida.
-Gracias mamá, contame ¿te hicieron festejo en el laburo?
-Ay, no ¿estás loca? Después como hago para que los tipos me den bola ¡Van a pensar que soy su abuela!
-Dejate de joder ¿querés? Hasta podrías salir conmigo a bailar y a conseguir chicos de mi edad.
-Hablando de eso…
-Mierda.
-No insultés ¿Cuándo me vas a traer a un chico a la casa?
-Ay mamá, qué se yo, todavía soy joven, no me jodás.
-A tu edad yo ya te tenía en brazos. No, no me mirés así, no estoy diciendo que te casés con alguien, pero un novio no te vendría nada mal.
-A ver vos cuando te dejás de histeriquear con los hombres y te enamorás de alguno.
-Sí, ya llegará el día. En fin, a la cama, así ese día llega más rápido.
Y llegó, solo que va a tomar tiempo darse cuenta. Clara está ahí, ordenando papeles cuando de golpe lo ve: ni alto, ni bajo, ni gordo, ni flaco y aun así, sobresale del resto.
-Se llama Carlos –dice Marta, como un llamado a la solidaridad al verle la cara anonadada de su colega- 30 años, nunca casado, muy simpático, por lo menos por la charla que tuvimos el otro día en el merendero.
Seguro Marta sigue diciendo otras cosas, pero Clara apenas escucha, deja los papeles y se acerca más y más al hombre de corbatín a rayas y camisa algo arrugada.
-Nunca te vi por acá…
-¿Ah, no? Yo no me he perdido un solo movimiento tuyo. Pero, buen día primero ¿no?
-Uh, perdoname, soy Clara.
-Sí ya sé. Yo soy Carlos.
Clara se encuentra algo avergonzada por su exabrupto, pero Carlos suaviza las cosas con algunas bromas y vuelve a sus tareas. Con el tiempo, se vuelven a encontrar en el merendero, en el ascensor, afuera en la parada del bondi y así.
-Bueno, te toca a vos.
-No, no vale. Vas a pensar que nunca escucho las cosas que me contás sobre vos, pero la verdad es que nunca me contás mucho, Clari.
-Sabía que nunca escuchabas nada de lo que te contaba.
-Esperá, sé que te gusta el café con azúcar, que adorás las medialunas, que sos hincha del rojo y no mucho más. –Carlos se detiene, pues una duda ha hecho escala en su cabeza- Es verdad, no sé cuántos años tenés.
-¿Y para qué querés saber? –dice Clara, que se levanta de un golpe- Mejor me vuelvo a trabajar antes de que me rete Graciela.
Clara se hunde en su escritorio, llena de pena, o de vergüenza, o de la típica unión de ambas.
-¿Qué te pasa? –pregunta Marta, siempre atenta a su amiga.
-Tengo un problema, –dice Clara, que se levanta a ver que no haya nadie cerca para escuchar y se vuelve a Marta- creo que estoy enamorada de Carlos.
-¡No! ¡Y a los dinosaurios los mato un meteorito!
-¡No te burles! ¿No ves que estoy mal?
-Pero cuál es tu problema. Pasás todo el día con él, se llevan muy bien, hacen una pareja hermosa.
-¡Pero le llevo 10 años de diferencia!
-¿Y? Según lo que me has contado, has coqueteado a nenes de 25 años incluso.
-Pero esto es diferente, no me molesta moverme a nenes más chicos, pero Carlos es diferente, estoy realmente enamorada y él jamás va a ver algo en mí.
-Basta, cortala. Tenés el cuerpo de una pendeja y la mente de una mujer, no existe forma de que Carlos o cualquier otro hombre de este planeta, no quiera estar con vos.
A Clara le cuesta, le lleva un par de días llenarse de fuerza y de confianza, pero da el primer golpe:
-Tengo 40 años, por si todavía querías saber…
No deja libertad para ninguna respuesta de su adversario y lanza el segundo golpe:
-¿Te gustaría venir a casa a cenar?
Clara da esos dos golpes contundentes y aun así, cae en el piso:
-Sí, dale, me encantaría.
En el suelo y en plena inconsciencia, Clara está sonriendo.
Horas más tarde, en su casa, comienzan los preparativos de la cena. Madre e hija limpian y ordenan y revuelven y estiran y ponen un poco de albahaca. A pesar de todo lo que ayuda, Ana solo sabe que “va a venir un compañero de trabajo”, pero no tiene ni idea de lo que hay detrás de todo este revuelo.
-Hola, traje vino.
-Hola Carlos, gracias, pasá. Te presento a mi hija, Ana. Ana, el es Carlos, de la oficina.
Carlos saluda y los tres se van a la mesa. Charlan, comen, beben, se rien, vuelven a comer, vuelven a tomar (“pero poco que mañana tenemos que estar temprano allá”) y se despiden.
-¿Y? ¿Cómo estuvo la cena? –pregunta Marta.
-¡Genial! Creo que conectamos muy bien, además se llevó muy bien con Ana, que era la parte más difícil.
Clara sonríe de manera directamente proporcional a lo que Carlos se acerca a ella. Y Clara sonríe mucho durante esos días. Son más las meriendas, las escapadas para charlar, las cenas en casa, todo está saliendo muy bien.
-Carlos –le dice Clara una mañana en la oficina, mientras se seca las palmas que le sudan con su pollera-, vos no sabés lo mucho que me cuesta decirte esto, pero si no lo hago ahora no lo hago más: Te quiero.
-Yo también te quiero y mucho, Clara.
-No, no entendés, yo de verdad te quiero.
-Ah ¿te referís a? Ah ¿Es una broma?
-No, para nada, es lo que siento.
-Clara, querida, vos sabés el cariño que te tengo, pero justamente estoy en algo muy complicado ahora, dame algo de tiempo para saber cómo responderte.
Así pasan algunos días sin decirse nada, pues Clara es una mujer madura y sabe que no debe presionar a Carlos en dar su respuesta.
-¿Por qué tan apurada en irte hoy? ¿Vas a cenar con Carlos?- dice Marta.
-No, esta vez no, Ana me dijo que tiene una noticia para darme, así que me espera en un restaurant.
Afuera del trabajo, Clara sube a un taxi y se maquilla en el camino. Cuando llega al restaurant ella puede ver por el ventanal empañado a su hija y a la figura de alguien, más parecido a un hombre. “¿Me irá a presentar a alguien?”, piensa Clara con una sonrisa de entusiasmo, pero al entrar al lugar, las cosas se ponen confusas.
-¿Carlos? ¿Qué hacés acá?
-Clara, qué bien que ya llegaste, hay algo que te queremos contar.
Clara se sienta y escucha, y escucha, y sus cuerdas vocales se enredan, y escucha, y vuelve a escuchar.
-… y bueno, la verdad es que jamás pensé que ibas a traer a casa a alguien tan maravilloso…
Y escucha.
-… al principio me lo negaba, la diferencia de edad con ella es mucha, vos sabés, pero yo quería acercarme a vos para que vieras que no soy un tipo que se pueda aprovechar, que veas quien soy realmente…
Y escucha.
-… y la verdad es que nos llevamos tan bien. Nos amamos mamá…
Y escucha.
-En fin, a lo que va todo esto es a decirte que… que nos vamos a casar.
Clara se levanta, coloca unas cadenas en cada extremo de su boca y tironea con todas sus fuerzas para fingir una sonrisa y se va de ahí.
Ni Ana, ni Carlos, ni Marta, ni su jefa Gabriela saben algo de Clara, que lleva días en un departamento que tiene sin usar por Caballito.
Pasan algunas semanas hasta que Ana entra a su casa y ve a la sombra de su madre sentada en la parte oscura del sillón del living.
-Estuve mal en irme así hija, perdoname…
-Mamá ¿Qué eso que tenés en la mano?
-Me llevó mucho tiempo aceptarlo, pero decidí enfrentar la realidad. Ustedes están enamorados, Carlos te ofreció su corazón a vos y no a mí…
-Mamá, explicame qué es eso.
-Por eso vine a casa, para hablar con vos y me encontré con Carlos. Hablamos mucho y les di mi bendición. El te da su corazón y yo bendigo ese acto.
Clara se levanta del sillón y se acerca a su hija, de la misma manera que ella lo había hecho hacía 10 años. Ana se queda quieta y ve a su madre más claramente a medida que se acerca al velador que tiene a su izquierda. 
-¿Te acordás cuando le preguntaste a papi a quién quería más, “si a mami o a mí” y papi te respondió que “a mami, porque a ella le entregué mi corazón”? ¿Te acordás lo que le hiciste a papi? –Clara levanta su mano llena de sangre y le entrega algo húmedo, envuelto en un repasador- ¿Te acordás lo que le hiciste a papi y lo que me diste a vos?
Ana recibe el paquete y lo desenvuelve, luego mira a su madre. Ella está inmóvil, sonriendo. Ana se queda callada unos instantes, lleva la mirada a lo que está en sus manos, deteniéndose en cada latido inexistente, en la gotera que tienen todos los relojes. Luego sube los ojos hacía su madre y le devuelve esa sonrisa cómplice de “qué-haríamos-la-una-sin-la-otra”.

*****


-Bueno, pero decidite ¿a quién querés más? ¿A mi mamá o a mí?
-Esa es una pregunta insólita ¡Es obvio que a…
Nadie lo va a decir, o nadie lo sabe, que básicamente nos lleva a lo mismo. De todos modos es una verdad, Clara cumple 40 hoy y no tiene pensado decirlo en la oficina para evitar alboroto. Hace unos días que a Marta (que también acaba de ingresar en la empresa) le hicieron el festejo por los 38 y ya los hombres ni se le acercan. Pero Clara es cautelosa, hace dos años que ha vuelto al juego oficialmente (pues claro, desde que tu marido muere por un puñal en la espalda, hasta que saboreas la noticia, das algunas arcadas, la digerís y retomás de nuevo tu búsqueda, lleva tiempo, che), y ha evitado de todas las maneras posibles dar su fecha de nacimiento.
-¡Mi amor, ya llegué! –dice Clara, mientras tira el saco de manera victoriosa, pues el día pasó sin penas- ¿Dónde estás? ¡Ey, Ana! ¡No! ¿Hola? ¡Te dije que no quería ninguna fiesta sorpresa!
Y no la hay. En esa casa no solo se ausentan la torta, los globos y los invitados, sino que también lo hace Ana, su hija. Clara se desempaña los ojos con la manga de la camisa. En el camino a casa había imaginado que su hija de todos modos estaría en la casa para acompañarla en su cumpleaños: “Lo que solemos negar es lo que más anhelamos”, piensa mientras busca en la alacena un paquete de arroz para cocinarse algo.
-¡Sorpresa!
Clara tira arroz a lo “recién casados” del susto que acaba de recibir por el grito que le llega a la nuca. Atrás, Ana, con esa sonrisa cómplice de “qué-haríamos-la-una-sin-la-otra” y una torta, que tiene la amabilidad de cargar con solo 4 velitas de colores. Clara sonríe, llorisquea y abraza a su hija, mientras esta trata de colocar la torta en la mesa.
-Qué rica te salió, mi vida.
-Gracias mamá, contame ¿te hicieron festejo en el laburo?
-Ay, no ¿estás loca? Después como hago para que los tipos me den bola ¡Van a pensar que soy su abuela!
-Dejate de joder ¿querés? Hasta podrías salir conmigo a bailar y a conseguir chicos de mi edad.
-Hablando de eso…
-Mierda.
-No insultés ¿Cuándo me vas a traer a un chico a la casa?
-Ay mamá, qué se yo, todavía soy joven, no me jodás.
-A tu edad yo ya te tenía en brazos. No, no me mirés así, no estoy diciendo que te casés con alguien, pero un novio no te vendría nada mal.
-A ver vos cuando te dejás de histeriquear con los hombres y te enamorás de alguno.
-Sí, ya llegará el día. En fin, a la cama, así ese día llega más rápido.
Y llegó, solo que va a tomar tiempo darse cuenta. Clara está ahí, ordenando papeles cuando de golpe lo ve: ni alto, ni bajo, ni gordo, ni flaco y aun así, sobresale del resto.
-Se llama Carlos –dice Marta, como un llamado a la solidaridad al verle la cara anonadada de su colega- 30 años, nunca casado, muy simpático, por lo menos por la charla que tuvimos el otro día en el merendero.
Seguro Marta sigue diciendo otras cosas, pero Clara apenas escucha, deja los papeles y se acerca más y más al hombre de corbatín a rayas y camisa algo arrugada.
-Nunca te vi por acá…
-¿Ah, no? Yo no me he perdido un solo movimiento tuyo. Pero, buen día primero ¿no?
-Uh, perdoname, soy Clara.
-Sí ya sé. Yo soy Carlos.
Clara se encuentra algo avergonzada por su exabrupto, pero Carlos suaviza las cosas con algunas bromas y vuelve a sus tareas. Se vuelven a encontrar en el merendero, en el ascensor, afuera en la parada del bondi y así.
-Bueno, te toca a vos.
-No, no vale. Vas a pensar que nunca escucho las cosas que me contás sobre vos, pero la verdad es que nunca me contás mucho, Clari.
-Sabía que nunca escuchabas nada de lo que te contaba.
-Esperá, sé que te gusta el café con azúcar, que adorás las medialunas, que sos hincha del rojo y no mucho más. –Carlos se detiene, pues una duda ha hecho escala en su cabeza- Es verdad, no sé cuántos años tenés.
-¿Y para qué querés saber? –dice Clara, que se levanta de un golpe- Mejor me vuelvo a trabajar antes de que me rete Graciela.
Clara se hunde en su escritorio, llena de pena, o de vergüenza, o de la típica unión de ambas.
-¿Qué te pasa? –pregunta Marta, siempre atenta a su amiga.
-Tengo un problema, –dice Clara, que se levanta a ver que no haya nadie cerca para escuchar y se vuelve a Marta- creo que estoy enamorada de Carlos.
-¡No! ¡Y a los dinosaurios los mato un meteorito!
-¡No te burles! ¿No ves que estoy mal?
-Pero cuál es tu problema. Pasás todo el día con él, se llevan muy bien, hacen una pareja hermosa.
-¡Pero le llevo 10 años de diferencia!
-¿Y? Según lo que me has contado, has coqueteado a nenes de 25 años incluso.
-Pero esto es diferente, no me molesta moverme a tipos más chicos, pero Carlos es diferente, estoy realmente enamorada y él jamás va a ver algo en mí.
-Basta, cortala. Tenés el cuerpo de una pendeja y la mente de una mujer, no existe forma de que Carlos o cualquier otro hombre de este planeta, no quiera estar con vos.
A Clara le cuesta, le lleva un par de días llenarse de fuerza y de confianza, pero da el primer golpe:
-Tengo 40 años, por si todavía querías saber…
No deja libertad para ninguna respuesta de su adversario y lanza el segundo golpe:
-¿Te gustaría venir a casa a cenar?
Clara da esos dos golpes contundentes y aun así, cae en el piso:
-Sí, dale, me encantaría.
En el suelo y en plena inconsciencia, Clara está sonriendo.
Horas más tarde, en su casa, comienzan los preparativos de la cena. Madre e hija limpian y ordenan y revuelven y estiran y ponen un poco de albahaca. A pesar de todo lo que ayuda, Ana solo sabe que “va a venir un compañero de trabajo”, pero no tiene ni idea de lo que hay detrás de todo este revuelo.
-Hola, traje vino.
-Hola Carlos, gracias, pasá. Te presento a mi hija, Ana. Ana, el es Carlos, de la oficina.
Carlos saluda y los tres se van a la mesa. Charlan, comen, beben, se ríen, vuelven a comer, vuelven a tomar (“pero poco que mañana tenemos que estar temprano allá”) y se despiden.
-¿Y? ¿Cómo estuvo la cena? –pregunta Marta.
-¡Genial! Creo que conectamos muy bien, además se llevó muy bien con Ana, que era la parte más difícil.
Clara sonríe de manera directamente proporcional a lo que Carlos se acerca a ella. Y Clara sonríe mucho durante esos días. Son más las meriendas, las escapadas para charlar, las cenas en casa, todo está saliendo muy bien.
-Carlos –le dice Clara una mañana en la oficina, mientras se seca las palmas que le sudan con su pollera-, vos no sabés lo mucho que me cuesta decirte esto, pero si no lo hago ahora no lo hago más: Te quiero.
-Yo también te quiero y mucho, Clara.
-No, no entendés, yo de verdad te quiero.
-Ah ¿te referís a? Ah ¿Es una broma?
-No, para nada, es lo que siento.
-Clara, querida, vos sabés el cariño que te tengo, pero justamente estoy en algo muy complicado ahora, dame algo de tiempo para saber cómo responderte.
Así pasan algunos días sin decirse nada, pues Clara es una mujer madura y sabe que no debe presionar a Carlos en dar su respuesta.

-¿Por qué tan apurada en irte hoy? ¿Vas a cenar con Carlos?- dice Marta.

-No, esta vez no, Ana me dijo que tiene una noticia para darme, así que me espera en un restaurant.
Afuera del trabajo, Clara para un taxi y se maquilla en el camino. Cuando llega al restaurant ella puede ver por el ventanal empañado a su hija y a la figura de alguien, más parecido a un hombre. “¿Me irá a presentar a alguien?”, piensa Clara con una sonrisa de entusiasmo, pero al entrar al lugar, las cosas se ponen confusas.
-¿Carlos? ¿Qué hacés acá?
-Clara, qué bien que ya llegaste, hay algo que te queremos contar.
Clara se sienta y escucha, y escucha, y sus cuerdas vocales se enredan, y escucha, y vuelve a escuchar.
-… y bueno, la verdad es que jamás pensé que ibas a traer a casa a alguien tan maravilloso…
Y escucha.
-… al principio me lo negaba, la diferencia de edad con ella es mucha, vos sabés, pero yo quería acercarme a vos para que vieras que no soy un tipo que se pueda aprovechar, que veas quien soy realmente…
Y escucha.
-… y la verdad es que nos llevamos tan bien. Nos amamos mamá…
Y escucha.
-En fin, a lo que va todo esto es a decirte que… que nos vamos a casar.
Clara se levanta, coloca unas cadenas en cada extremo de su boca y tironea con todas sus fuerzas para fingir una sonrisa y se va de ahí.
Ni Ana, ni Carlos, ni Marta, ni su jefa Gabriela saben algo de Clara, que lleva días en un departamento que tiene sin usar por Caballito.
Pasan algunas semanas hasta que Ana entra a su casa y ve a la sombra de su madre sentada a oscuras en el sillón del living.
-Estuve mal en irme así hija, perdoname…
-Mamá ¿Qué eso que tenés en la mano?
-Me llevó mucho tiempo aceptarlo, pero decidí enfrentar la realidad. Ustedes están enamorados, Carlos te ofreció tu corazón a vos y no a mí…
-Mamá, explicame qué es eso.
-Por eso vine a casa, para hablar con vos y me encontré con Carlos. Hablamos mucho y les di mi bendición. El te da su corazón y yo bendigo ese acto.
Clara se levanta del sillón y se acerca a su hija, de la misma manera que ella lo había hecho hacía 10 años. Ana se queda quieta y ve a su madre más claramente a medida que se acerca al velador que tiene a su izquierda. 
-¿Te acordás cuando le preguntaste a papi a quién quería más, “si a mami o a mí” y papi te respondió que “Es obvio que a mami, porque a ella le entregué mi corazón”? ¿Te acordás lo que le hiciste a papi? –Clara levanta su mano llena de sangre y le entrega un algo envuelto en un repasador- ¿Te acordás lo que le hiciste a papi y lo que me diste a mí?
Ana recibe el paquete y lo desenvuelve, luego mira a su madre. Ella está inmóvil, sonriendo. Ana se queda callada unos instantes, lleva la mirada a lo que está en sus manos, deteniéndose en cada latido inexistente, en la gotera que tienen todos los relojes. Luego sube los ojos hacía su madre y le devuelve esa sonrisa cómplice de “qué-haríamos-la-una-sin-la-otra”.

*****



-Señor, necesito que me dé la orden así podemos actuar.

-Está bien, procedan.
Sinceramente, cada día me cuesta más entender cómo funcionan las personas. Hacía algunos años había ido a pasear con mi señora a Chascomús, y me encontré con un vago que cargaba un changuito con libros de filosofía y que gritaba: “Todos los hombres son asesinos, violadores y torturadores, lo único que los detiene es el miedo. Todos los hombres están completamente locos, solo lo disimular, por miedo y nada más”. En ese entonces pensé que el tipo estaba drogado o era un idiota, pero cada día me cuesta más no pensar que quizás no existe tal cosa como la moral, lo único que nos separa de esos “enfermos” que conozco día a día y que la mayoría ve en los noticieros, es que ellos no tienen miedo de mostrar el verdadero ser de los hombres. Bah, qué sé yo, solo estoy divagando.
-Gómez ¿me pasa de nuevo el diario del tipo este?
-Sí señor, disculpe que ahora esté todo rayado, marqué las partes importantes para el abogado.
-No se preocupe, está mejor así, solo quería releer ciertos párrafos.
El caso este es de esos que me hace divagar. A pesar de que llevo años viendo todo tipo de crímenes, hay algunos que no me cierran. Me cierran los pibes de la calle que salen a robar y se les escapa un tiro, me cierran los empresarios que matan a su socio por las deudas que tienen. Dirán que este es solo un caso pasional, pero solo lo dirán porque no conocieron a mi amigo del changuito. La razón tiende a colocar aspectos de la vida en algún cajón, por más que no pertenezca a él, si no tiene las herramientas necesarias para colocarlo donde debe. No, esto no es pasional, si yo mismo hable con estas dos mujeres y estaban tan tranquilas como lo está ahora mismo Gómez, comiendo un poco de la rosca de pascua que trajo la mujer de Ramírez hoy a la mañana.
Tan tranquilas estaban, de no ser por este diario nunca se me hubiese ocurrido que las cosas serían como fueron. Pero las cosas siempre serán como fueron. Acá, en Villa Fiorito y en la China, eso seguro. Gracias a dios que Carlos Fontana escribía estas cosas:
“(…) Hoy Graciela me mandó a llamar para que le dé una recorrida a las dos nuevas colegas que empiezan a trabajar en la empresa. Sinceramente no tenía muchas ganas, así que se lo dejé a Rubén, que es más bueno en ese tipo de cosas, pero después me quería matar, porque una de las dos estaba re buena. Creo que una se llama Marta García y la otra Clara Furchtlos, por lo que leí en el comunicado que nos llegó a todos al mail, pero no sé cuál es cuál (…) 
(…) Hoy no pasó nada interesante, a veces me molesta demasiado esta tarea de escribir antes de irme a la cama lo que hice durante el día, pero el doctor Melis dice que es imperante que lo haga para mejorar mi condición. En la oficina lo mismo de siempre, hablé por primera vez con Carla, la compañera nueva que es hermosa, pero no fueron más de tres palabras. Luego, en casa cené algo que Marita me había dejado preparado antes de irse y nada más. Mi vida no es tan relevante (…)
(…) Más allá de eso, hoy también tuvo una buena: Carla, que me resulta mucho más simpática que linda me invitó a ir al merendero con ella. Eso me llenó de alegría porque hasta entonces he ido solo durante años y tener compañía para tomar mates es muy agradable. Creo que al Melis le va a alegrar tanto como a mí esta noticia (…)
(…) Los días en la oficina siguen más o menos igual, lo cual es fantástico. Llego y Clara está ahí, sonriéndome, con esos ojos llenos de cariño que me hacen dar ganas de abrazarla con fuerza. Comemos, nos hacemos chistes y nos divertimos mucho. Creo que llegó del cielo para arrancarme un pedazo de mí, esa soledad que creí que tendría pegada para siempre, realmente estoy encantado con su compañía (…)”
Este Gómez subrayo todo básicamente. Hasta acá nada realmente importante, solo nombres para interrogar, pero nada que llame la atención, o todo lo contrario. Eso depende de uno ¿Cuántas veces el destino nos dedicó una sonrisa cómplice y nosotros no nos percatamos? Hay muchas señales que no vemos y que están ahí. Como si fuésemos una historia cíclica que se ha repetido eternamente y a veces hay fragmentos de historias pasadas que nos adelantan lo que sucederá, qué sé yo. Capaz Gómez no es tan boludo después de todo y come tranquilamente, y me subraya todo el diario porque tiene algo para decirme que yo no estoy viendo. Quién sabe lo qué estará detrás Gómez o de estas palabras que nos estamos perdiendo:
“(…) A veces las cosas tienen que pasar. Yo no sé por qué, pero tienen que pasar. Lo que tuvo que pasar en mi vida tiene nombre y apellido: Ana Furchtlos. Sí, la hija de Clara, que conocí en la cena de los otros días ¿Cómo puede ser que dos personas se presenten ante mí para terminar con mi vida tal cual la conocía? ¿Qué hace un hombre para merecerse semejante regalo de la vida? ¿Cuáles han sido los pasos que me han traído hasta acá? ¿Por qué me sucede esto a mí y no a otro hombre en el mundo? Sinceramente, no estoy en busca de esas preguntas. No me interesan, solo hay algo en mi cabeza, o alguien, y ese alguien es Ana, en su esplendor, en su belleza sencilla, en su sonrisa de mandarina, en sus ojos de sol naciente, en su todo. Adoro cada segundo de ella, cada vez que me empuja cuando le hago algún chiste, cada vez que me amenaza con depilarme las cejas, incluso cuando me hace bailar sabiendo que soy pésimo en eso. No sé, querido diario, o veo cómo esto puede salir mal (…)
(…) Todo mal, todo absolutamente mal. Si el doctor supiera cuánto te he descuidado seguro me mata, pero desde hace meses que no voy más a las sesiones, así que no creo que le importe mucho. Igual me has acompañado mucho, querido diario, por eso (y porque necesito desquitarme con algo) te voy a dar un resumen de estos últimos tiempos:
Como sabés, desde un inicio con Ana decidimos no contarle nada a Clara, por temor a que se enojara. Lo que no he llegado a contarte, querido diario, es que durante todo este tiempo he estado tratando de acercarme aún más a Clara, para mostrarle mi lado más humano, es decir, el más vulnerable. Pero qué idiota pensar que eso era lo correcto. Según parece, mientras más tiempo pasaba con Clara para agradarle como yerno más se ha estado enamorando de mí. El otro día en la oficina se me declaró y yo no he sabido qué decirle. Pero eso, oh querido diario mío, no es nada comparado a lo que sigue. Cuando le conté a Ana lo que sucedió, ella se ofendió conmigo y no ha querido hablarme desde entonces (…)
(…) ¡Aceptó! ¡Ana aceptó casarse conmigo! ¡Estoy tan feliz, querido diario! Por fin todo salió como lo vengo planeando, pero lamentablemente las cosas no están del todo resueltas, debemos blanquear de una buena vez nuestra relación con Clara, si es que queremos que nos dé su bendita bendición (…)
(…) Bueno, en realidad era bastante obvio. Lo que asusta a Ana no es que su madre se haya puesto como se puso en el restaurant cuando le contamos la noticia, sino que haya desaparecido completamente. Al trabajo no va, por su casa ni aparece y tampoco responde a su celular (…)”
Más vale que Gómez sea una especie de sabio que bajó de las montañas para mostrarme el camino correcto o algo así, si no lo mando a lavar el baño de afuera por pelotudo. Es por su señora, todo el día mirando esas telenovelas romanticonas, se nos hizo maricón el gordo. Qué carajo le irá a importar al abogado todo el detalle del culebrón que vivió este tipo con las dos mujeres, ni que fuera qué sé yo. Sinceramente, “qué sé yo”, si lo único que hago es estar en esta oficina y ver cuerpos llenos de melancolía. ¡Ja! Y después de quejo de Gómez y del tipo que escribía en este diario:
“(…) Ana no lo sabe, pero Clara me llamó hoy a la tarde. Quiere que nos juntemos en su casa para hablar. Me dijo que le costó, pero acepta que me case con Ana, lo cual me saca un gran peso de encima. Aún no sé dónde se metió todo este tiempo, pero imagino que mañana cuando nos juntemos me lo dirá. En fin, si todo sale como parece, si Clara acepta nuestra relación realmente y puedo casarme con la mujer que amo, entonces será el fin de esta vida y comenzará una nueva junto a Ana, lo que significa que ya no necesitaré más de tu compañía, querido diario. Realmente aprecio todo lo que has hecho por mí y aunque parezca ridículo, también hay un poco de mi corazón que te pertenece. Hasta acá llegó Carlos Javier Fontana.”
-Todo listo señor, Clara Furchtlos y su hija, Ana Furchtlos, ya admitieron el asesinato y el encubrimiento de Carlos Fontana.
-¿La hija también fue parte?
-Solo del encubrimiento, señor, pero sucede algo más.
-¿Qué cosa?
-Como bien imaginábamos, lo único que faltaba del cuerpo de Fontana, su corazón, estaba en un recipiente guardado, pero no solo encontramos eso, también descubrimos otro recipiente, que según confesaron, contendría el corazón del esposo y padre de ellas Luis Furchtlos. Aunque ahora se lo llevo al laboratorio a analizar, estuvimos buscando en el archivo y ambas muertes, la de Fontana y Furchtlos coinciden en lo absoluto. Lo curioso es que quien cometió el asesinato fue su hija, Ana y su madre solo lo encubrió. Todavía estamos investigando si eso es cierto o si solo lo dicen para ser juzgadas por los mismos cargos.
Sinceramente, cada día me cuesta más entender cómo funcionan las personas. Será que siempre estuve solo, que falte a la clase de conducta social. Será que fui el único que fue a la clase de moral, no tengo ni idea. Algunas personas me siguen asombrando por su forma de ser, por cómo actúan frente a diferentes circunstancias. Seguramente donde hay algo verde todos vemos eso verde, lo que quizás cambie sea el concepto “verde”, la forma de ver las cosas. Uno siempre se entera de algún loco con una bomba que quiere “limpiar al mundo” y lo dice con tanta tranquilidad, como si estuviese confiado de que ese es el camino correcto. Gómez me mira y se sonríe, como si estuviese leyendo mis pensamientos y se burlara de su precariedad. Quizás el tiene todas las respuestas que me faltan y se ríe amablemente, para calmarme, para decirme que no le dé tantas vueltas al asunto, qué sé yo.

-¿De qué te reís, gordo pelotudo?

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