lunes, 28 de julio de 2014

Las llaves

Una vez una canción habló sobre puertas
y yo me quedé esperando a ver si hacían como el mar
más tiempo que el adecuado.

jueves, 24 de julio de 2014

Tres formas de existir: 2

Casi nadie volvió a verla. La llamaban por su apellido, Torrente, en el barrio en donde había vivido gran parte de su vida. De ella se dijeron tantas cosas al respecto que seguro alguna roza lo cierto, pero curiosamente, la verdad es aún más interesante.
Su casa era la más grande y oscura del barrio, pero aún más grande, como si acaso eso fuese posible, era el horno de barro, que desahogaba su ira (si se me permite ese verbo) por más de veinte tubos metálicos que sonaban de las maneras más aterradoras que podían hacerlos, y podían mucho.
A Torrente nunca se la veía salir y eso hizo que el miedo hacia todo lo que ella significaba y poseía fuese enorme. Es por eso que se escuchó decir que su pelo cambiaba de color de acuerdo a su estado de ánimo o que experimentaba con ratas y les hacía toda clase de cosas, como llenarlas de clavos o cosas por el estilo. Claro, como le dije anteriormente, la verdad es aún más interesante y ya llegaremos a eso.
Pues también le dije que algunas de las cosas que se dijeron respecto a Torrente, la señora de la casa enorme y el horno aún mayor, es que ella, enfurecida en algún momento de su vida, con algún aspecto de su vida y bajo alguna postura sobre la vida, se volvió completamente loca y pidió armar un horno tan monstruosamente gigante, en el que hombres y mujeres pudiesen entrar ahí y fuesen asesinados, cocinados y comidos por ella misma. Y es que no se puede tampoco culpar a los vecinos del barrio de la casa y el horno gigante, pues en los primeros momentos, cuando no había tanto miedo, fueron muchas las personas invitadas por Torrente a su casa para comer. Personas con problemas, algunas enojadas, otras tristes toda clase de personas con toda clase de problemas de toda clase... de problemas. Y perdone que me enrede en mis palabras, pero si no alargo lo que debo decir, no conseguiré generarle la misma impresión que tuve yo al saber lo que les pasó a esas personas: nadie nunca más las volvió a ver.
Pánico, horror. Nadie se animó a presentar una denuncia, pero todos aquellos que por suerte no habían sido invitados sabían lo que pasaba. Por eso los horrorosos ruidos que salían de los tubos metálicos por donde salía el humo del horno. Eran los últimos gritos de esas personas.
Claro, usted no se horrorizó en lo absoluto y no es porque yo sea malo escribiendo, pues de hecho soy de los mejores de la cuadra, sino porque sabe que eso es una gran mentira. Porque sí, ha sido entrenado para distinguir la fantasía de la realidad que le toma dos segundos saber cuándo algo es falso y no le da una segunda oportunidad. No obstante, le pido que lea la verdad de la señora Torrente sin prejuicios, pues aunque usted no lo crea, lo que le contaré es la verdad.
Sí, la historia comienza igual, pues en algún momento de la vida, quizás cansada de ver cosas feas o quizás muy feliz para verlas, Torrente decidió difundir el amor de una forma que quedase grabada en la memoria de las personas de forma tal que jamás lo olvidasen y supo que la mejor manera era haciendo lo que mejor sabía hacer, cocinar. Por eso ordenó a más de cien hombres que elaborasen un horno más grande que su casa, en donde pudiesen entrar platos para todas las personas que estuviesen mal y necesitasen un cariño.
Lo que Torrente no esperaba, es que tanto era el cariño que ponía en cada comida libre de sufrimiento, que todos los problemas de los comensales se evaporaban y se iban gritando por los caños, quejándose el ser arrancados de las personas, quienes, lógicamente, jamás querían volver a despegarse de Torrente.
Lector, quizás usted le ha dado demasiada importancia a la línea que divide la fantasía de lo real y no se deje convencer por este relato cursi, pero le puedo asegurar que es verdad, pues yo mismo he sido víctima de sus garras de metal, de sus espumaderas de metal, de sus platos de cerámica y sus abundantes porciones. Torrente seguirá cocinando con ternura toda la vida, porque en esencia eso es ella y esta es otra de las formas de existir.

martes, 22 de julio de 2014

Uno espera

Yo no sé qué tan musas son las personas y qué tanto los momentos. Creo que musa son los segundos, al fin y al cabo, el amor a las personas no es más cierto que al de los recuerdos, de hecho todo lo contrario. Así que sentimentalmente, uno quiere a lo único que existe, que es lo que ocurre en la mente, como el sentimiento de querer. Entonces uno termina amando algo que está adentro de uno con algo que también lo está ¿Y así cómo es posible otra cosa que esperar? No porque quiera que llegue, sino que se vaya, directo a la memoria. Y si ya se fue, bueno, no lo sé, sigue esperando, alguna otra cosa. 
Musas no son las personas, sino los momentos, pero qué lindas personas que hay, en especial aquellas por las que uno se abre la cabeza con un fierro, tirándose de un edificio o pisado por un tren, para mostrarles lo que tenemos dentro, porque eso es el mayor acto de amor que podemos hacer, si acaso todo lo que dije está mal y amar significa darle algo a alguien.
Tomá, es para vos, es importante para mí porque me la paso metiendo cosas, así que significa que te quiero, ¿no?

sábado, 19 de julio de 2014

En algún lugar son las 2 de la tarde

Esa noche me levanté de golpe. No suelo tener este tipo de exabruptos, tampoco padezco insomnio ni me molestan las alarmas de la ciudad. Pero esa noche algo me había pasado: me había vuelto viejo.
La oscuridad me imposibilitaba verme los huesos sedimentados, pero no era necesario corroborar nada, yo me sentía tantos años más como preguntas tuve de niño.
Quizás debí haberme preguntado cómo sucedió eso, pero me sentía muy cansado como para pensar ese tipo de cosas que consideraba insignificantes. Intenté salirme de la cama, pero hacía frío, así que me quedé tapado en la oscuridad, con la mente enfocada en el lugar donde debería estar el ventilador de techo.
Como no conseguí volver a dormirme, luego de unos cuarenta minutos de quedarme acostado, decidí levantarme de una buena vez. Quise prender la luz de la habitación, pero mi camino se vio interrumpido en varias ocasiones con todos los golpes que me fui dando. "Debo andar torpe por los años", me dije y me paré de nuevo, luego de haberme golpeado la rodilla con algún mueble.
Cuando llegué a donde debía estar la tecla de la luz, no la conseguí encontrar. Acaricié con mis yemas toda la pared y pude finalizar mi búsqueda en un rincón completamente diferente al que recordaba. Cuando la habitación se iluminó, todos mis problemas se resolvieron: nada de ese lugar me era propio. Me acerqué a un espejo que había en un escritorio y me vi rasgos totalmente ajenos, incluso considerando el paso del tiempo. Relacioné mi primer pensamiento al despertarme con lo que estaba sucediendo, pues jamás podría ser tan viejo si así lo podía asegurar. Imaginé que justo esa noche, tanto el anciano como yo estuvimos soñando lo mismo, quizás extrañando a alguna persona o viéndonos con el premio de la quinela, no lo sé, pero seguro entre tanto misterio que tienen los sueños, nos confundimos en el regreso a la vida. Volví a acostarme, esperando que tanto el viejo como yo, recordásemos el camino a casa.

El Pescado Rabioso de Roberto Arlt Déco

La injusticia es la madre de todos los dolores y no ha habido mayor injusticia en la historia, que el momento en el que se creó el concepto de la misma. Se temerá el poder de las naciones, se odiará la codicia de las multinacionales, se centrará en las injusticias del mundo, pero sólo es un término, sólo una palabra.
Oculta en la historia, la palabra creó una lista de valores que no existían hasta ese entonces. La palabra nos dio supremacía sobre las demás especies. Incluso aquellos que promueven el sensocentrismo lo hacen en base a los valores que creó y que jamás dialogó con los otres seres que habitan en el mundo. Su palabra fue la verdad, pues su palabra fue la creadora del concepto de la verdad.
No pestes o enfermedades mundiales. No bombas nucleares o robots con superior inteligencia. El fin del hombre llegó con el triunfo del pensamiento.
"Las palabras nunca son lo mejor para estar desnudos", dijo Luis y luego sé nos mató. Quizás no tan así, pero creo que está claro lo vulgares que son las palabras como para darle importancia a las últimas.

Despojo anónimo

Cuando ellos decidieron dejar de existir, hubo un problema que resolver: su identidad. Toda noción sobre lo correcto e incorrecto, el bien y el mal, todo eso llegó con el hombre y ellos estaban atados a su naturaleza. Si el hombre fue hombre cuando inventó la cultura, entonces su estado natural es ese, una insignificante reunión de los hombres antiguos para definir las cosas. Ningún otro animal se detuvo a semejante subjetivización de la luz, pero ellos no son otros animales, son hombres.
Luego llegaron los ismos y decidieron culpar al hombre con los ojos del hombre. Jamás notaron la vulgaridad del acto, o lo hicieron, pero admitirlo implicaría asesinar las costumbres y con ellas al hombre mismo. Por eso culparon a algo más, como si en la misma naturaleza del hombre no existiese lo repudiable, cosa por demás lógica, ya que todo lo nombrable fue nombrado por él y por eso, le pertenece, le es propio.
Entonces, la respuesta se encontraba en la innecesidad de encontrar tal cosa. Desprenderse de los tópicos, que lo son todo y aceptar la intrascendencia de las cosas. Destruir el mundo sin buscar otra cosa, es decir, olvidarlo.
Por supuesto que ellos pueden escapar de su género, mas no de su calidad de ser vivo, por eso, para dejar de ser hombres, sólo pudieron acatar el común denominador de la vida. Fue entonces cuando resolvieron el problema de lo insípido de la muerte.

Cinema verit

Una vez fui al cine solo. He ido al teatro solo, al museo, a festivales de música e incluso me he subido al ascensor sin la compañía de alguien, pero jamás había ido al cine sin nadie. No sabía qué iba a ver, sería la más próxima a proyectarse, un juego de teatro, pero para mí. Pensé que habría un gran escándalo. Me imaginé a las señoras jubiladas tumbarse al suelo, a la pareja gay hacer comentarios y a las chicas de calzas burlarse de mí. Pero no fue así, nadie se percató que había ido solo. Compré mi entrada y me metí en la sala. Adentro, fui un hijo más del matrimonio de veinticinco años.
Otra vez fui al cine con una amiga. Era un cine pequeño, íntimo y hasta de culto. La sala era aún más pequeña, apenas unas cincuenta butacas. Algunas estaban rotas. Con mi amiga nos sentamos en el medio. Las luces se apagaron y se proyectó la luz que venía de un pequeño cañón, conectado a un reproductor de DVD. El audio estaba desfasado y, el cañón mal colocado, proyectaba un tanto torcido. La película hablaba de la banalidad del mal.
También fui al cine con una chica que me gustaba. Fuimos a ver una película pochoclera que daban en un cinedentro de un shopping. Las entradas nos salieron setenta y cinco pesos. La película era de un chico que perdía a su novia y en su intento de recuperarla conocía a una nueva chica con la que se termina quedando. Luego de terminar la película hice todo lo posible por confesarle mis intenciones, pero no sucedió nada. Con el tiempo me di cuenta de que mi atracción hacia ella sólo era superficial y que estaba forzando mucho las cosas.
En otra oportunidad fui al cine con mi pareja. A pesar de que iba a cien por hora, llegamos tarde y no nos dejaron pasar. Terminamos comiendo en casa, mirando en las noticias de la medianoche, la crítica de la película.

Palabras de los hombres

Robaría un segundo para nosotros
Para vivir en él
Y perdernos en la alevosía
Pero eso es poesía

Apagaría el sufrimiento de tus labios
Y te mecería en mis brazos
Hasta llegar a la alegría
Pero eso es poesía

Me quitaría las espinas que me hacen
Para que no hieras conmigo
Así no me temerías
Pero eso es poesía

Y cantaría
Cantaría batalla constante
Contra cada muro que nos separe
Y cada negación que nos apartase
Y te llevaría a las nubes
Cargando en brazos flores y veranos
Agua para el mate y dibujos de caracoles
Y me quedaría admirado
Eternamente ensimismado
Por tu palabra y tu aroma

Te juro que lo haría
Pero eso es poesía

Lindas soluciones

Toda la devoración del alma. Consumida en el intento de creer que había retenido algún aprendizaje, condenada a la peor eternidad, la del desconocimiento del tiempo y con él, siempre la experiencia. Así irán sus días, desconectados entre sí y será siempre virgen de olores y de espejos, especialmente de espejos, sin poder reconocerse, sin la memoria que le identifique sus rasgos individuales. Apenás observará las imágenes que tiene cerca y caminará con los bastones del día, los de cartón. Entenderá lo emitido en el lenguaje simple y podrá escuchar lo que se diga con las pocas palabras que supo resolver en ese momento. Pero algo le gritará de lo profundo, los esbozos de las calles y de las sonrisas y eso le causará el mayor de los males, pues no podrá identificar ese sufrimiento, que obligatoriamente padecen las cintas magnéticas que se graban una y ota vez.

Complementos de las sombras

Suele suceder,
no siempre,
de hecho casi nunca,
pero a veces sucede
y cuando lo hace, es fantástico:
Un recuerdo de la infancia
se salta unos casilleros
y aparece reinventado,
disfrazado del presente,
pero con la sonrisa infantil,
la del viejo fílmico oxidado.
Ahí cuando sucede,
cuando el aire de los pulmones
es torta recién sacada del horno
o son panqueques rebalsados de dulce de leche,
en ese momento
pienso,
pienso un rato y luego entiendo,
no mucho, pero algo entiendo,
que tanta vida en tus ojos
no puede ser más que eso
un recuerdo,
un boleto a la memoria,
que como tal, siempre es simple
y bella.

Pequeña nota de disculpas

Santiago, que ya hacía rato que no pegaba una, le dejó a Rocio, una pequeña carta, pegada al imán de la heladera:
"La mitología está llena de errores, porque los dioses no saben que lo son sino hasta que han muerto. Me hubiese gustado conocer mi estado de divinidad al estar con vos".
Rocio leyó la carta, se fue al comedor y escribió:
"¿No es lindo cuando desde la panza te nacen unas cosquillas que van subiendo hasta la punta de la lengua y para frenar esa sensación la chocás contra tus dientes? Bueno, tu carta no me generó eso, lavá los platos de una buena vez".
El correo no funciona con imanes.

Grupo de tambores en Marte

y entre tanto son las manos las primeras en comprender el momento de decir adios y por eso la escritura y el dibujo y las caricias olvidarse de eso significa entonces acatar el juego de los días perdidos los que no avanzan y se resumen tan fácilmente sin lugar a dudas algo deberá explicar el fuego si acaso desea seguir siendo divinizado sin miedos los ojos las almas y las semillas de trigo en los campos de algún planeta templado yo te amo porque esa es la forma más fácil que conozco de perderte y asegurarme no volver a cumplir las leyes establecidas yo no te vuelvo a sentir porque así es más fácil cuando se consigue el planeta musical estará contento de todo y todo lo que quedán son las manos primaverales

Después de la tormenta

Después de la tormenta el secreto se avecina
Se hacen claros los misterios perdidos el cielo
Los motivos de los átomos y de las galaxias olvidadas
Las preguntas de los niños y las formas del fuego
Después de las tormentas los estados se presentan
Se plantean los problemas y se aceptan las derrotas
Las mentes se calman y pierden su energía
Los gritos se silencian y la marea retrocede
Después de la tormenta todo aparece
E idiota es el que crea que eso es salvación
Pero idiotas pueden ser los que no son cobardes
Pues después de la tormenta duerme el juego esencial

Los buenos hombres

Los buenos hombres han perdido la ternura por las armas. Han mezclado en sus bolsos balas con libros. Ayer iban al bosque a bailar y hoy se hunden en la caza. Los buenos hombres han matado hombres y lo han justificado. Los buenos hombres han matado y lo han justificado.
Ese es el ejemplo para los hombres de hoy.
¿Cómo esperás resurgir al mundo si tu paz vive de la sangre de otros seres sintientes?

Cadenas de látex

Decimos estar sueltos, pero estamos equivocados. Quizás las cadenas son más largas que todo el patio que nos encierra, y creemos andar libres sin su peso, pero en las cuatro paredes. Quizás son cadenas de látex y se estiran un poco, pero jamás se rompen.
Decimos abandonar la historia, pero sin ella no seríamos. Quizás obviamos las hojas húmedas, pero forman parte de todo libro. Quizás la experiencia las arruga y jamás vuelven a su forma original.
Justificamos nuestra pena con nuestra alegría, nuestro tropiezo con los logros. Posiblemente jamás notaremos las cadenas, seguramente lo hacemos diariamente, pero la tortura asusta más que el miedo mismo.