viernes, 1 de noviembre de 2013

Cuentos tan ficticios que indignan si se vuelven realidad.

Salí de la facultad hoy y me fui a tomar el 168. Me subí, estaba hasta las pelotas porque llueve mucho y a las 6 está más hasta las pelotas, por lo que me quedé parado agarrado de la punta de la ventana. Como mis auriculares están rotos, desde hace semanas que no escucho la radio en el bondi, sólo me pongo a leer o a escribir. Pero como el bondi estaba cargado hasta las manos, no escribí esto:
Hola, soy un pedazo de texto que nunca fue escrito. Eso entonces no es, un regreso poético, porque nunca hubo ida, gil.
Mientras no escribía, el bondi se iba llenando aún más (cosa que uno creería imposible, pero no, alto bajón) y entre toda la gente que nos iba aplastando más, una chica se sentó cerca del pedazo de ventana del que me estaba agarrando, mientras yo agradecía tener las uñas largas para mayor agarre. La chica no me miraba ni de casualidad, porque era la belleza pura, con el pelo recogido, un corte de cara fantástico y vestida de forma que no sé, porque no sé de ropa, pero me gustaba y eso estaba re bueno.
Llegó el momento, obvio, en el que se paró para bajarse y yo arranqué un papel de mi cuaderno. Pero como llovía y estaba lleno el bondi, como tuve que llevar una bolsa de muñecos que me ocupaba todo el bolso y como soy un gil, tardé mil años en escribir mi número, por lo que cuando terminé, levanté la vista y ella ya no estaba más. La busqué y la vi afuera sin una sonrisa muy linda, ni muy fea, ni muy "no es linda, pero me cae genial".
Obvio, el contenido de mi celular no es secreto, está lleno de boludeces y te puedo jugar por la vida de mi madre que fue así, alto bajón. Una cagada.

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