sábado, 14 de septiembre de 2013

Crónicas porteñas

Adoro meterme en las calles chiquitas de Buenos Aires y perderme por ahí. No sé si es algo que pueden disfrutar los que nacieron acá, no sé si pueden hacerlo los que son de otra parte, si es algo mío o de un pequeño grupo, no lo sé, puede ser una característica muy común y no especialmente mía, pero no importa, porque este relato no trata realmente de mí, sino de las cosas que se esconden en esta ciudad.
Hoy, todo hoy o casi todo hoy, la lluvia estaba en el umbral del comentario y el viento justificaba esos abrigos lindos que gusta vestir. No es significativo el por qué yo tenía ese rato libre que tuve para salir a pasear, pero lo tuve y lo aproveché para perderme por Palermo.
¿Acaso existe pérdida si ésta está planeada? Creo que nos consideramos perdidos sólo si queremos encontrarnos en tiempo y espacio, pero si realmente queremos desprendernos del norte, el sur y el "a cuatro cuadras está Scalabrini Ortiz", no debemos estar perdidos.
Quien me conoce (¿queda alguien que tenga esa desgraciada cualidad?) sabe que la principal razón por la que no me gusta La Plata es la que me une a Buenos Aires de una forma que ningún otro lugar ha logrado hacer. Una ciudad creada antes de que llegue la gente, que fue planeada, ¿qué sorpresas puede dar una ciudad preestablecida? Creo que ninguna. En Buenos Aires pasa lo contrario, pues nunca sabés hacia dónde va esa calle, si se dobla, si se pone angosta o si se corta. Una ciudad que se sigue creando en cantidad deja rincones ocultos, de esos que sólo encontrás cuando no los estás buscando, cuando estás perdido o cuando te desconocés de las señales y las ubicaciones.
Entonces las calles de Palermo, la inminente lluvia ausente y los abrigos negros de gamuza. Y yo, que no soy importante, pero se necesita alguien que encuentre los edificios, los cruces y las pequeñas librerías viejas y hoy me tocó a mí.
Obvio que "encontrar" es una palabra con trampa, porque encontrar algo implica haberlo buscado y buscar algo, cuando no tenemos direcciones, nos hace estar perdidos, pero si estamos en esta condición a propósito, entonces no lo estamos realmente, entonces no podemos buscar nada, porque quisimos desprendernos de todo y no podemos encontrar nada si no lo estamos buscando, ¿no? Entonces no sé cómo se dice a lo que me pasó a mí, cuando estuve frente a frente con una pequeña librería oculta entre lo persistente. Es verdad que yo tengo esa manía de comprar libros y libros que nunca leo, porque siempre repito los mismos cuatro y cinco (libros que no es necesario nombrar, están muy presentes en mi obvia forma de escribir), pero no es algo que pueda controlar (sino no sería manía, claro).
La ilusión de encontrar un local que tenga una copia de Artaud sin saber lo que posee, o de tener una primera edición de algún libro de Borges, o de encontrar unas botas beatles, o de algo por el estilo siempre está, debe estarlo siempre, pues es lo que me incita a tirarme de lleno en el mapa, a maravillarme con la riqueza arquitectónica y a enredarme de sonrisas de emoción. Sí, leyó bien.

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