martes, 3 de septiembre de 2013

Cuentos tan ficticios que enamoran si se vuelven realidad.

Salí de la facultad hoy y me fui a tomar el 168. Me subí, atrás no había nadie así que fui a sentarme allá, contra la ventana del lado de las puertas. Agarré y prendí la radio de mi celular, la Nacional Clásica. Luego saqué mi cuaderno de cuentos y me puse a escribir esto:
Existe, yo sé que existe en toda trama un intento de resolver las cosas de un modo tal que la poesía arranque los mejores trazos. Sino, la mirada del diablo, el defenderse de la mente como consigna obvia, en el peor sentido de la palabra. De todos modos, la explosión como necesidad fecundante de toda historia, siempre. La guerra, ya no como acto de muerte, sino todo lo contrario. Pues hacerse tácito resultaría sí, la muerte, el silencio. Por eso, para toda historia es necesario rescatar tal conducta abstracta de generar violencia, de cualquier forma, para regresar victorioso pero herido ¿y es que qué otra cosa es una herida sino una cualidad que se nos agrega a nosotros? Eso es, un regreso poético.
Mientras escribía, el bondi se iba llenando, y atrás sólo quedaba un lugar al lado mío, en el que se sentó una chica que me vio escribir esto y otras cosas simples. Al cabo de un rato, el bondi se entró a vaciar, pero ella seguía al lado mío, mirando de reojo qué escribía.
Llegó el momento, obvio, en el que ella se paró para bajarse y yo arranqué un papel de mi cuaderno, le escribí un poema, lo doblé y antes de que se baje se lo entregué. Ella me miró con una sonrisa muy linda y bajó.
Obvio, el contenido de ese poema es secreto, pero te puedo jurar por la vida de mi madre que fue así, totalmente real. Hermoso.

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