lunes, 13 de enero de 2014

Explíquese, tormenta

-¡Explíquese, tormenta! -le dije a la inmensidad oscura que me rodeaba.
Pero nada. Olas del mar prematuras que para nada desconocían su fuerza seguían ahí, moviéndose heterogéneamente, como una enorme masa dispuesta a ser algo más.
-¡Le exijo explicación! -volví a insistir, inflando el pecho, no como la innumerable cantidad de veces que lo había hecho en el pasado, al oler una deliciosa comida, al disfrutar de algún encuentro con amigos al aire libre o al llenarme del aroma de queridos dormidos. No, me lo llené como nunca antes me lo había llenado, exagerando un valor que carecía en lo absoluto, pero que necesitaba mostrar en ese momento, en la cima de la montaña, cara a cara con la tormenta.
-Prefiero no hacerlo -dijo ella y todo lo que tiene capacidad de ser suelo vibró, incluyendo mi espalda, aunque ya estaba implícito.
-¿A qué se refiere? ¡Le ordeno que lo haga!
-Evitemos obviedades.
Mi corazón se detuvo. La misma ira que me ayudó a escalar la montaña sin sufrir por los cortes en los pies por las rocas puntiagudas o en las ampollas de las manos, la misma ira que se había esfumado al estar solo frente a la tormenta, esa misma ira había regresado con más fuerza, hirviendo hasta las gotas de sangre que había dejado en el camino. Me concentré en un punto de la uniformidad de las nubes y grité con toda la fuerza que un hombre puede hacerlo.
-¿¡Qué clase de obviedad es ésta!? ¿¡Cuál es el chiste que me he perdido!? ¿¡En dónde yace la gracia de mi sufrimiento!?
Los movimientos de la tormenta calmaron. Parecía todo tan inmóvil que temí haber muerto, por un instante cometí el error de pensar que mi cuerpo era sólo dolor y que al expulsarlo todo en ese grito ya no existía más, que al fin había llegado mi descanso. Pero entendería todo a continuación, con la respuesta de la tormenta.
-Usted no lo recuerda, -dijo con mucha calma- pero ya nos hemos encontrado. Hombre es y no me extraña su olvido, aunque me genere desagrado.
-¿Qué quiere decir con que nos hemos encontrado? -pregunté totalmente confundido.
-Aunque no lo comparto, conozco su dolor, lo he visto en millones de hombres. Todos ellos recordando lo necesario para devorarse, para justificar sus actitudes más repudiables: me refiero al dolor. Antes de que diga algo, voy a explicarme mejor. Conozco su dolor, ya lo he visto, y ni en millones de hombres, lo he visto en usted, porque usted ya ha venido hasta mí, a la cima de la montaña, a insultarme en mi propio hogar. Pero no lo recuerda, porque yo he conseguido calmar su pena, mostrarle lo bello de sus días, he mostrado su fuerza y como tal cosa, usted ha decidido olvidarla. No quiere recordar su fuerza, que ya ha bajado de esta montaña dispuesto a revivir y lo ha conseguido. No quiere recordar su fuerza, pero incluso ahora ha podido escalar nuevamente la montaña. Sufra, hombre, sufra, pero no olvide nunca que esa es sólo una de sus cualidades. Sufra y grite si es necesario, baje la montaña y vuelva a renacer, como ya lo ha hecho varias veces, como lo han hecho muchos hombres. Sufra, grite, viva, pero no olvide todas las nociones de su mortalidad. No puede evitar mi existencia, soy una tormenta y debo atormentar, pero no olvide que así como las razones de este encuentro, es decir, la muerte de las cosas bellas, también padecen ese terminal destino, la soledad y el dolor. Sufra, grite, viva, recuerde y acepte. Volverá a sufrir, pero entenderá su sentido.
Cuando la tormenta terminó sus palabras yo ya me sentía completo. A diferencia de cuando estaba lleno de ira, ya no desconocía el dolor de mis pies y el de mis manos. Sentía mi rostro húmedo por las lágrimas y la mente cansada. Pero también sentía el viento refrescarme la nuca. Y también podía oler unas flores que bailaban a pocos metros de mí. Todas las partes de la vida me eran conocidas y aceptadas. Ni el dolor ni la felicidad estaban negadas en mí y cuando tuve que llorar, lloré y cuando tuve que reír, reí.
Estuve así un largo momento, hasta que la tormenta, ahora mi necesaria amiga, me dijo que era hora de bajar, y así lo hice, entendiendo las razones y esperando no volver a olvidarlas.

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