sábado, 19 de julio de 2014

Cinema verit

Una vez fui al cine solo. He ido al teatro solo, al museo, a festivales de música e incluso me he subido al ascensor sin la compañía de alguien, pero jamás había ido al cine sin nadie. No sabía qué iba a ver, sería la más próxima a proyectarse, un juego de teatro, pero para mí. Pensé que habría un gran escándalo. Me imaginé a las señoras jubiladas tumbarse al suelo, a la pareja gay hacer comentarios y a las chicas de calzas burlarse de mí. Pero no fue así, nadie se percató que había ido solo. Compré mi entrada y me metí en la sala. Adentro, fui un hijo más del matrimonio de veinticinco años.
Otra vez fui al cine con una amiga. Era un cine pequeño, íntimo y hasta de culto. La sala era aún más pequeña, apenas unas cincuenta butacas. Algunas estaban rotas. Con mi amiga nos sentamos en el medio. Las luces se apagaron y se proyectó la luz que venía de un pequeño cañón, conectado a un reproductor de DVD. El audio estaba desfasado y, el cañón mal colocado, proyectaba un tanto torcido. La película hablaba de la banalidad del mal.
También fui al cine con una chica que me gustaba. Fuimos a ver una película pochoclera que daban en un cinedentro de un shopping. Las entradas nos salieron setenta y cinco pesos. La película era de un chico que perdía a su novia y en su intento de recuperarla conocía a una nueva chica con la que se termina quedando. Luego de terminar la película hice todo lo posible por confesarle mis intenciones, pero no sucedió nada. Con el tiempo me di cuenta de que mi atracción hacia ella sólo era superficial y que estaba forzando mucho las cosas.
En otra oportunidad fui al cine con mi pareja. A pesar de que iba a cien por hora, llegamos tarde y no nos dejaron pasar. Terminamos comiendo en casa, mirando en las noticias de la medianoche, la crítica de la película.

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