jueves, 22 de mayo de 2014

Conchas peludas

Yo vengo de un mundo gobernado por hombres. Posiblemente ésto siga así toda la vida, es lo más seguro. A veces me equivoco, pienso que fue una injusticia que se gestó en cinco minutos, culpo a la sociedad capitalista, pero ésto viene del inicio de los tiempos, desarrollándose. Viene de nuestros antepasados, viene incluso de los animales de los que hemos evolucionado. 
El concepto de lo justo y lo injusto me perseguirá por el resto de mi vida y moriré sin saber las respuestas, refugiándome en el absurdo, pero a veces me resisto a pensar que el dolor que siento no tiene importancia. Me resisto a pensar que el dolor de mis pares es vulgar y me resisto a ver las sombras rojas, ya sean líquidas o de mil grados.
Quiero escribir muchas cosas, pero temo perder el supuesto hilo conductor. Deberé pedir perdón de antemano, como si la palabra le ganase a lo demás. Nosotros nos damos cuenta cien perdones tarde, cuando ya nada se puede revertir ¿Será problema de los oídos? Jamás sabré cuántos perdones han aguantado en el silencio, jamás seré capaz de reconocer una ínfima acción en la cinta magnética que llevan.
Desarmado, ¿qué otra cosa nos queda más que la retirada? Tanta guerra hay en nuestros genes que ni acercarnos a dar una caricia podemos, si terminaremos lastimando; lastimando a esos ojos que ya no aguantan más.
Si acaso no fue suerte lo que nos coloca en estos días, sino el elemento más importante, la fuerza, significaría un error el considerar a ambos sexos igual de fuertes. Pero las reglas con las que nos hemos medido desde el inicio están gastadas, ya son obsoletas. La culpa de los seres modernos no es suprimir y cosificar a la mujer, sino olvidar la capacidad que tiene de terminar con ese estilo de vida. Por supuesto que la diferencia de género viene de nuestra naturaleza más primitiva, lejos de cualquier prejuicio contemporáneo, que no es acto consciente, sino instinto arraigado, pero es una vergüenza mantener a la mente en el piloto automático por el resto de nuestra existencia.
Las eras han exigido cambios y han permitido libertades. Las luchas frenéticas han causado muertes y los tiempos en reposo también. El río debe fluir, al igual que las personas, ¿pero acaso no hemos debido limitar ciertos actos que consideramos excesivos alguna vez? Y sólo fueron una arbitrariedad, que se ha modificado con todos los tipos de lunas que han existido.
Los seres desean ser felices, desean ser vistos como buena gente pero les molesta que les exijan más de lo que está en su pequeño radio de alcance. Por eso pide la libertad y rechaza los cambios, no porque no los considere necesarios, sino porque se siente cómodo en el reposo.
Los fundamentalismos estarán siempre mal, los ríos deben fluir. Las luchas frenéticas serán siempre contra seres, pero serán realizadas por otros seres ¿qué les hace creer que poseen la verdad? ¿Qué decreto divino les dio la fuerza para fertilizar la tierra con sangre?
Pero los días ya piden revisar el decreto de las cosas. Ya han pasado suficientes tormentas, seguramente pasarán más.
No soy mujer y jamás seré madre. No todas las mujeres lo serán ni deberán serlo, pero definitivamente yo jamás podré. Jamás viviré un momento en el que durante las veinticuatro horas del día, estaré acompañado, sin importar qué suceda, habrá otro ser junto a mí. Jamás seré una mujer que lleve adentro vida. Soy hombre y cargo muerte. Soy hombre y soy más fuerte que una mujer con la misma historia que yo. Así será siempre, de otra forma temeré. De otra forma inventaré la forma de apagarte. Te daré sentido en la belleza externa, te depilaré y te pondré tacos, aunque yo jamás haga esas cosas. Te exigiré que seas siempre linda, que cuides de mi casa y que me hagas sentir importante. Cargarás mis hijos y los deberás cuidar, así me aseguraré de que no ganarás lo mismo que yo. Me serás fiel, jamás me abandonarás. Pobre de vos si así no fuese. Me encargaré de que sea así: pobre de vos.
Suena fuerte, pero no te asustés, no será un golpe tan rápido, no serán cinco minutos de injusticia. Te criaré como princesa, encerrada en tu torre, esperando que un hombre te rescate. Te compraré juegos de cocina, muñecas delgadas y bebés de juguete para que vayas aprendiendo. Crecerás ya programada y naturalizarás mis atropellos, me dejarás fluir como un río.
Así serán tus días y sonreirás cada ocho de marzo, cuando yo te escriba un mensaje deseándote feliz día.

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