jueves, 22 de mayo de 2014

La chica radioactiva

Luego de que las naciones acordaron dejar de experimentar con bombas nucleares, todos evitaron a Amelia, la chica radioactiva.
Famosa en sus primeros años, antes de empezar cualquier película en el cine, uno veía cualquier imagen de Amelia, aunque con planos de poca duración, pues el fílmico se deterioraba rápido al estar expuesto a ella.
A pesar de toda la fama, su nacimiento nunca fue claro y las versiones abundaban por todos lados. Se decía que la primera vez que la vieron fue tomando sol en una costa de Francia, o jugando con las hormigas en Estados Unidos y hasta que la encontraron en una cueva, perdida en la Unión Soviética. Las viejas que se juntaban en el pasillo de mi departamento decían que era peronista, así que sí, de ella se decía de todo.
Sea cual sea su origen, poco importaba, porque era todo el mundo el que quería apropiarse de Amelia, la chica más hermosa de todo el mundo moderno, o así fue en sus primeros años.
Vaya uno a saber qué es lo que hace al hombre hacer y dejar, cuándo lo ridículo fue catalogado como bueno o malo y porqué Amelia fue dejada a un lado, pero así sucedió.
De todos sus orígenes, hay uno que es mi favorito. No por el lugar, el cual no mencionaré para que los hilos que me mueven a contar esta historia no sean tan obvios, sino por lo que me genera la historia. Amelia tenía 12 años cuando conoció a un chico tres años mayor. Ellos se volvieron mejores amigos y se juraron nunca separarse. Incluso con toda la fama que consiguió Amelia en su momento, jamás olvidó a su amigo y siempre consiguió escapar de todos los deberes sociales que debía cumplir para verlo y pasar el rato juntos. Así fue durante años. Pero cuando se decidió que el armamento nuclear era muy peligroso y Amelia, la chica radioactiva, fue considerada peligrosa para el orden de las comunidades y expulsada de su país, ellos dos nunca más se volvieron a ver. Amelia sabía que a pesar de no poder volver a su hogar, su amigo estaba libre de sospechas y podría irse con ella a otra parte, pero él jamás se comunicó. A través de conocidos, la chica radioactiva intentó rastrearlo, pero quedó totalmente desorientada cuando supo que su amigo había escapado de su hogar sin dejar una nota.
Amelia, en total soledad, buscó a su amigo por todo el mundo y jamás lo encontró. Ya anciana y refugiada en las arrugas de la indiferencia, Amelia consiguió regresar a su país y fue hacia la casa de su amigo, totalmente vacía por los conflictos políticos que atravesaba el país en ese entonces. Al encontrarse en su habitación, toda destruida, se quedó mirando en silencio, recordando los momentos y justo cuando estaba por retirarse, a su mente le llegó un día del pasado, a los gritos, pidiendo ser observado. Amelia, abrió los ojos con rigidez y se agachó a buscar el zócalo flojo, en donde ellos guardaban sus secretos. Y ahí estaba.
Amelia leyó:
"Lo que hemos jurado ya no lo podemos obviar, sea en donde sea, quizás donde las palabras siempre quedan".
Y así fue como Amelia, la chica radioactiva, se consumió con una sonrisa y fue en busca de su amigo, esta vez, sin apuro, pues en esos lugares el tiempo no interesa.

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