jueves, 22 de mayo de 2014

Las sonrisas que nos dejaron las lluvias

¿En cuántos cuentos caberá esta historia? Nunca lo sabré. Lo que sí sé es que éste no es el último, así como ustedes bien saben que no es el primero.
De todas las veces que se ha contado, creo que mi versión, que leerán a continuación, es la más pobre de todas. Será porque escuché la historia original sólo una vez y hace tiempo, por lo que los detalles se me han ido borrando y no quisiera inventarlos. Por eso les pido que me disculpen, si acaso omito partes que ustedes consideran que son indispensables para terminar el sentido.
Sucedió hace mucho tiempo, en un lugar tan lejos que ni las sombras se parecen a las nuestras. En un lugar en donde la monarquía seguía teniendo sentido, o acaso las clases sociales, no lo sé; pero en lo alto de la torre más bella de todas o en el edificio más grande del lugar, una chica, a la que llamaré Florencia, porque el nombre me gusta y nos es familiar, se encontraba acostaba, llorando por su destino.
Hay un término en latín para la enfermedad mental que Florencia acababa de saber que padecía, pero nunca aprendí el idioma. Lo cierto es que Florencia iba a morir, pero lentamente y con mucho dolor.
Cualquiera hubiese decidido optar por una muerte digna y terminar con el sufrimiento, pero los médicos no lo aconsejaban en lo absoluto, pues la cura estaba muy cerca. Fue así que Florencia siguió con vida, a costa de su familia y los profesionales, a pesar de que ella pronto comenzó a sufrir un dolor que no podía aguantar.
Quizás fue una hija de las sirvientas que había en el hogar de Florencia, no lo sé. Es decir, no sé su procedencia, pero jamás podría negar su existencia, que es crucial para mi versión de la historia. A ella no le pondré un nombre, porque no se me ocurre ninguno que esté a la altura de sus acciones, o quizás sí uno, pero temo decirlo en voz alta, así que simplemente será "ella".
Ella apareció a los cuatro años de que Florencia conoció su condición. Fue un encuentro casual, quizás jugando por los jardines del castillo o en algún otro lugar, ella se cruzó con una Florencia pálida, oculta de las luces, naturales y artificiales. Ella le sonrió y Florencia no le devolvió el gesto, no por tener malos modales, sino que no sentía fuerzas para ser cortés, pero a ella no le importó y se le acercó. Quizás le habló de las artes musicales, quizás fue de los placeres culinarios, no puedo recordarlo y no creo que les importe a alguien más que no haya sido a ellas, por lo que seguiré ignorando sin culpa. Pero algo debe quedar en claro, ellas dos, desde ese momento, no se volvieron a separar.
Pasaron años juntas, jugando y divirtiéndose. La familia de Florencia estaba totalmente agradecida con ella, pues a pesar de que su condición seguía igual, las ganas de Florencia de pelear habían aumentado y todos los días que pudo, se levantaba con fuerzas.
Naturalmente, su enfermedad fue progresando y cada vez le fue más difícil ponerse en pie y tanto Florencia como ella, lo notaban. Comenzó a ser más duro para ellas jugar y llevarse bien, pues el dolor que Florencia sufría era más fuerte y le quitaba las ganas de ser amable.
Fue un día, luego de discutir, que ella se cansó de Florencia y se fue.
Toda la familia la odió por el daño que le había generado a una chica enferma y delicada, pero Florencia, llena de odio, decidió mostrar que no necesitaba de ella y que no quería que nadie le tuviese lástima.
Así pasaron otros años y Florencia se mantuvo firme, ocultando los punzantes dolores que su cuerpo padecía de su entorno, para que nadie jamás fuese compadecerse de Florencia, para luego abandonarla.
Pero la cura no llegó a tiempo y Florencia, luego de cuatro días de un terrible sufrimiento, murió.
Ni al realizarse el velatorio, ella se presentó a despedirse. Nadie de la familia la volvió a ver.
Tiempo más tarde, cuando comenzaron a ordenar las cosas de la antigua pieza de Florencia, encontraron un cuaderno, en donde anotaba sus cosas.
Posiblemente muchas hojas estuvieran con insultos o con frases incoherentes producto de la demencia que comenzó a sufrir en su último año de vida, pero hubo una frase que, aunque fue catalogada como producto de lo que acabo de decir, para mí tiene un sentido extremadamente lúcido, y que fue la siguiente:
"Puede la lluvia mojar, pero el fuego arde. Gracias".

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